A primera vista la maleta del emigrante, se arma cargada de sueños por conquistar, de anhelos que buscan realizarse, de proyectos por construir. Se podrá estar mejor, vivir más seguro, más tranquilo o con mejores recursos. Y como todo equipaje carga ideales más o menos pesados de llevar. Algunas maletas pueden ser compactas y ligeras, tal vez armadas con más libertad y posibilidad de retorno, o mejor conocimiento de la cultura a donde va, que permite una preparación más afinada.
Algunas maletas surgen como algo repentino que sorprende hasta a uno mismo. Para otros es un proyecto largamente ansiado, pero a la vez considerado imposible de concretar y satisfecho hasta el momento sólo en fantasías. Algunos bártulos viajan llenos de anhelos de descubrir nuevos horizontes, nuevas experiencias, otras formas de cultura, quizá tienen algo de acceder a lo prohibido o lo idealizado.
Algunos equipajes se arman entre lamentos que contemplan la despedida que se avecina, que entre lágrima y lágrima se van despidiendo de lo imposible de transportar (aromas, seres queridos, vivencias imposibles). Otros bultos se van llenando a toda prisa como casi sin pensar, como una huida a toda carrera que evita contemplar lo que rodea y pronto a dejarse. A veces los viajeros van con maletas preparadas por otros, unas estrictamente ordenadas y otras con lo primero que estaba a mano, tal vez como huyendo de lo conocido experimentado como malo o perjudicial, dirigiéndose hacia lo desconocido sentido como bueno o mejor.
EQUIPAJES HECHOS A MEDIDA
Los equipajes son tan diversos como distintos emigrantes existen. Hay maletas más realistas y valijas más despistadas, hay algunas de la ilusión y otras más ligadas al paraíso del ideal. Pero, como todo equipaje nunca es suficiente, algo queda olvidado, perdido en la travesía, inadecuado a la necesidad impensada. ¡Ay si el emigrante llevara un bolso mágico a lo Mary Poppins! Que compacto en su interior transportara su habitación entera sus discos de colección, libros y la tía cebando mate. Pero no, todo no entra en la valija que luego se convertirá en maleta o Der Koffer o The bag o valise.
No es lo mismo maletas que surgen luego de resolver cuestiones -alquileres o ventas de propiedades, finalizar una carrera o un proyecto, celebrar una boda, un divorcio o un nacimiento- a viajar con asuntos pendientes o delegados a otros. En un intento defensivo a evitar contactar con las emociones de ¿rabia?, ¿incomodidad?, ¿tristeza? pudiesen despertar por ejemplo, mostrar la propia casa a personas desconocidas que pudiesen convertirlo en su hogar.
De un modo u otro la maleta se va llenando de ilusiones, de fantasías y de expectativas de nuevas posibilidades. ¡Ojo! que hablo del equipaje del emigrante, que no es el mismo necesariamente que el del refugiado que se le impone viajar con lo puesto intentando salvaguardar su vida con algún tesoro fotográfico en el bolsillo. O la del exiliado que no tiene tiempo ni a despedidas, que es expulsado de su propio hogar y le es arrebatado el sueño de un futuro retorno.
LOS SENTIMIENTOS QUE ACOMPAÑAN LA MALETA
Según los psicoanalistas León y Rebeca Grinberg, los sentimientos -no siempre conscientes- que aporta quién parte frente a su grupo de pertenencia pueden ser manifestaciones de: liberación, persecución, culpa y pérdida. Los de su grupo -tampoco necesariamente conscientes- frente a éste: pena, resentimiento, culpa y envidia. Y los del nuevo entorno que puede recibir al recién llegado como intruso,con rechazo y desconfianza o con grados variables de aceptación y esperanza también a veces no del todo conscientes.
Algunas maletas no siempre llegan a ser despachadas, no sólo por los impedimentos externos que regulan o limitan la migración, sino también por los conflictos aferrados a lo familiar y seguro, que en mayor o menor grado, existen en todas las personas. Y quienes deciden emprender la aventura deben atravesar un difícil proceso de elaboración con inevitables fluctuaciones hasta llegar a tomar la decisión de partir, más allá de las razones externas o internas válidas para llevarlo a cabo y la sensación de capacidad de tolerar el cambio que supone emigrar.
Para emigrar se necesitan apoyos para concretar la decisión y hacer frente al enfado y críticas de quienes se quedan y serán abandonados: amigos, vecinos, colegas, parientes. El mundo empieza a dividirse entre quienes alientan, incentivan e incluso envidian al que se irá y los que objetan descalifican, deprimen y angustian. Para ello es muy frecuente magnificar los defectos del lugar a dejar en la búsqueda de justificaciones para partir, y a la vez exagerar los encantos de nuevo lugar. Pero tales emociones o fantasías pueden invertirse pasando con facilidad a despertar sentimientos contradictorios.
EQUIPAJE EXTRA
Evidentemente no es lo mismo quien elige -dentro de sus posibilidades- cómo, dónde y cuándo emigrar, a quienes delegan en otro y se entregan a ser llevados, o quienes se ven forzados a emigrar como por ejemplo los hijos menores de edad. Ya que no pueden elegir ir o no, ni tampoco regresar. La vivencia de la migración en la infancia tiene sus propias repercusiones.
Durante el proceso migratorio, el responsable del grupo familiar es quién durante la travesía se encontrará un sobrepeso que acompaña a su equipaje, el de los reproches y las quejas de quienes van con él ante las contrariedades que puedan producirse y pasa a ser depositario de la hostilidad -no siempre consciente- de las personas que dependen de él, ya que la decisión suya de migrar ha afectado y afecta el pasado, el presente y el futuro de todos los miembros que conforman la familia, los que se van y los que se quedan.
LOS QUE SE QUEDAN
Mientras el futuro viajero va confeccionando su equipaje, lo observan y acompañan sus seres queridos, desde los más cercanos hasta los parientes, amigos, vecinos más distantes. A medida que esa valija va tomando forma despierta reacciones y sentimientos. Los más allegados puede que no puedan, ni quieran, ver los bártulos que se van acumulando y anden detrás de cada esquina secándose las lágrimas invadidos por la sensación de pérdida, muchas veces acompañada de cierto grado de hostilidad – más o menos consciente- para con el que se va causante de tanto sufrimiento.
Otros pueden desear algún día seguirles la pista y con la ilusión que el que se va facilite un camino al resto de la familia. Alguno puede tener la esperanza que su ausencia reporte bienestar a los que se quedan, librándose de rivalidades más o menos latentes. Otros pueden meter peso propio en maletas ajenas que se lo lleven muy lejos como chivo emisario, y les libre de culpa o les permita una mayor posibilidades de disfrutar con lo que hay.
Alguno en cambio, pueden enfadarse y recriminar la falta de responsabilidad para con los que se quedan. Otro puede quedar autoculpándose melancólicamente -directa o indirectamente- y sintiéndose responsables de la decisión. Hay quién anda brotado -llorando por su piel- o perdiendo el apetito. Si hay algo en común de cada decisión migratoria es que partir no es un hecho aislado.
LA MALETA OCUPA LUGAR
Hay maletas compartidas, hay valijas individuales, equipajes familiares que a veces arrastran hijos y mascotas. El equipaje se arma y se desarma en medio de un interjuego de actitudes y reacciones emocionales tanto de la persona que migra como de las que constituyen el entorno que abandona y el que lo recibe.
Hay maletas que incomodan a quién se ve en la disyuntiva de recibirlas, hay espacios bien delimitados donde cabe el equipaje regulados por variadas medidas legales de tamaños, listas de objetos que pueden trasladarse o que están prohibidos y que entrarán en juego con las capacidades propias de quien viaja. ¿Se adapta o transgrede?, ¿acepta o reniega?, ¿disfruta o padece? las distintas singularidades, que confluyen en ese intercambio cultural entre inmigrante y acogente.
Locals Only
Algunos necesitan realzar como los surfistas su «locals only» ante quién aspira a subirse y robar «su ola» , llámese trabajo, sanidad, bienestar, que no siempre es de manera consciente. A veces pueden manifestarse sentimientos hostiles de formas muy sutiles como hablar con las palabras más complejas del lenguaje que el extranjero no pueda entender; o no realizar ningún esfuerzo por entender un vocablo extranjero -a pesar de ser comprendido- como modo de conservar la «pureza» de la lengua propia.
El gurú
Por otro extremo están aquellos que reciben al inmigrante como depositante de todas las ilusiones de bienestar, convirtiéndolo casi en un gurú que abrirá posibilidades. También están quienes menos idealistas y en posición menos defensiva reciben con entusiasmo y ayudan en las necesidades de los recién llegados.
El encuentro
Con un mayor o menor grado de aceptación o agrado toda la comunidad receptora se ve afectada por el extranjero, el diferente que trae artilugios extraños, ideas remotas y gustos de lo más diversos. Hasta lo desconocido de uno mismo a veces es rechazado -sin saberlo- por lo cual lo ignorado que el otro nos despierta duele más, para los de un lado del océano como para los del otro y ser conscientes de los sentimientos ambivalentes suele ser molesto.
Es en esta interrelación en donde el emigrante-inmigrante tendrá que enfrentarse al reto de la adaptación, ajuste o integración con las capacidades de las que dispone y la comunidad que lo acoge que puede tener la oportunidad de enriquecerse. «La calidad de los vínculos que se puedan establecer entre el recién llegado y el grupo receptor estarán -en cierta medida- influidas por las características de las relaciones objetales que ha tenido el individuo antes de la migración y por las de la comunidad que lo recibe». (Grinberg y Grinberg).
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