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Cuando volver a casa no es como te lo habías imaginado

Más de dos millones y medio de españoles viven fuera de su país de nacimiento, según datos del INE. Algunos se han ido por amor, otros para estudiar, aunque la gran mayoría lo han hecho para buscar mejores oportunidades laborales. Eso sí, algo suele unirlos: todos desean volver, algún día, a su tierra natal.

Sin embargo, ¿qué ocurre cuando se cumple la ansiada vuelta… y nada es como esperabas? Le sucedió a Carmen López, azafata que, tras pasar ocho años en Dubái , decidió finalmente regresar a Barcelona, su ciudad natal. “Pero lo que ella nunca hubiera imaginado era que ni la estricta ley sharía, ni el desfase horario, ni la soledad que la acompañaba habían sido el mayor desafío… Ya que este estaba aún por empezar”.




¿QUÉ ES EL CHOQUE CULTURAL INVERSO?


“Llamamos choque cultural inverso a las dificultades emocionales que acompañan a aquellos emigrantes que deciden retornar a su tierra. Es comparable a una segunda migración y, por lo tanto, conlleva la elaboración de un nuevo duelo, el duelo por las cosas que se dejan en el país de acogida. Algunas de las más importantes son: el sentimiento de libertad/anonimato, el reconocimiento profesional, el poder adquisitivo, las relaciones que se hicieron en el país de acogida y los valores de éste que se integraron como propios”, nos explica la psicóloga especializada en duelos migratorios Celia Arroyo.


La profesional también nos cuenta que puede experimentarlo cualquier migrante que decide volver a su hogar, aunque es más frecuente e intenso entre las personas que llevan mucho tiempo fuera de su casa o que tuvieron dificultades para adaptarse al país de acogida. “Y, sobre todo, para aquellos que se marcharon huyendo de alguna situación que les sobrepasaba, como un desengaño amoroso o problemas con la familia”, relata.

“El gran problema asociado al choque cultural inverso es que, para muchas personas, resulta inesperado y desconcertante. A menudo, los que están fuera ansían el momento del regreso y delegan la felicidad que anhelan en volver. Quieren retomar su vida y sus relaciones en el momento en que las dejaron, pero ni ellos ni los familiares y amigos que dejaron en su tierra son los mismos”, analiza Arroyo.


“Yo siempre pongo el mismo ejemplo: imagínate que, de repente, te acuestas y te despiertas volviendo a tener 17 años, pero con las experiencias y el conocimiento que tienes ahora. Con lo que has experimentado, tendrías que volver a adaptarte a las normas que imponen tus padres, a las conversaciones de tus amigos de 17 años, a ser un adolescente. A veces, el choque cultural inverso es tan intenso que puede parecerse a esta metáfora. Algunas personas no pueden soportarlo y deciden volver a emigrar ”, cuenta la especialista, aunque apunta que, por supuesto, también hay quien se adapta rápidamente a la vuelta.





EL PELIGRO DE LOS DUELOS MIGRATORIOS NO RESUELTOS


El choque cultural inverso es tan intenso porque incide en cuestiones muy ligadas a nuestro bienestar. “A menudo, no somos conscientes de lo que perdemos cuando dejamos un país. Las principales pérdidas son la lengua, la cultura, la familia y los amigos, el estatus y la tierra. Todas ellas amenazan nuestra identidad y nuestra autoestima, y generan sentimientos ambivalentes tanto hacia el país de acogida como al país de origen”, explica la profesional.


Estos sentimientos pueden transmitirse a las siguientes generaciones cuando tenemos hijos en suelo extranjero, algo que puede resultar incluso peligroso en ocasiones: “Los emigrantes que elaboran adecuadamente el duelo migratorio integran en su identidad su cultura de origen y su cultura de acogida, y suelen transmitir este aprendizaje a sus hijos. Pero, cuando el duelo migratorio no se elabora adecuadamente, es probable que los hijos rechacen una de las dos culturas o que no se integren en ninguna y se sientan rechazados por ambas comunidades ”, sintetiza Arroyo.

“Esto puede ser muy peligroso: cuando alguien está en tierra de nadie y necesita identidad, puede ser seducido por grupos como las bandas o las sectas. En España, lo hemos visto en hijos de inmigrantes sudamericanos que han buscado un lugar propio en la adhesión a bandas como los Ñetas o los Latin Kings”.


Así, para paliar a tiempo los efectos de este mal, Arroyo aconseja, para empezar, mentalizarse de que son quienes vuelven los que tienen que adaptarse de nuevo a las costumbres de su propio país. Asimismo, recomienda no delegar toda la felicidad en volver, así como ponerse en contacto con personas que hayan pasado por su misma situación, es decir, con otros retornados. “En el caso de que esto no sea suficiente y el malestar persista en el tiempo, conviene consultar con un profesional”.

Eso sí, pese a todo, y aunque se marche uno de un país porque hay en él cosas que no soporta, la vuelta a casa parece ser siempre el fin último del emigrado. Preguntamos a la experta la razón: “Porque es lo que conocemos, y no hay nada más aterrador que la incertidumbre; en lo conocido, bueno o malo, sabemos desenvolvernos”.


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