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Soy Celia Arroyo psicóloga de duelo migratorio.

Mi abuela nació en Francia. Pese a haber llegado muy joven a España, siempre tuvo un marcado acento francés y me irritaba que pronunciara mi nombre como "Selia" en lugar de "Celia". Cuando algo le disgustaba solía decir: "Esto en Francia no pasa". Lo paradójico es que cuando iba a Francia de vacaciones, repetía la misma frase, pero a la inversa: "Esto en España no pasa". Entonces yo no entendía que estaba haciendo equilibrios para preservar su identidad y proteger su autoestima. Ahora, después de varios años prestando atención psicológica a emigrados, veo cómo, al igual que mi abuela, los españoles que viven en el extranjero movilizan sus recursos psicológicos para preservar su identidad.


En 2013 empecé a prestar atención psicológica a emigrados. Uno de mis pacientes se marchó al extranjero y decidimos continuar sus sesiones por Skype. En ese momento, muchos colegas de profesión tenían reparos para trabajar a distancia, se cuestionaba si era posible establecer los mismos vínculos con el paciente que en las consultas físicas. Yo también tuve mis dudas, pero ahora sé que la calidad del vínculo depende de las personas y no del medio. Personalmente, pongo algunos límites, como no tratar enfermedades mentales graves que requieran el trabajo coordinado con un psiquiatra. Pero, más allá de eso, la única diferencia reseñable es que, a veces, las sesiones se alargan por los problemas de conexión.


A continuación, me gustaría compartir algunas de mis reflexiones sobre la emigración. Todas y cada una de ellas se las debo a los relatos de mis pacientes, a quienes desde aquí me gustaría dar las gracias por todo lo que me enseñan cada día:


Crisis no solo es sinónimo de oportunidad. Desde el estallido de la crisis, hace ya unos cuantos años, no hemos dejado de escuchar una frase que, pese a ser un mantra oriental, parece cocinada en una convención de emprendedores: "Crisis = oportunidad". "Crisis = oportunidad". "Crisis = oportunidad". Este enunciado encierra trampas. La crisis, antes que cualquier otra cosa, es un desafío psicológico. Las situaciones que tienen que enfrentar los emigrantes van a poner a prueba su equilibrio emocional. Solo si disponen de los recursos psicológicos para superar esas situaciones convertirán su aventura en una oportunidad.


Españoles por el mundo y la emigración idealizada. Tengo la impresión de que a través de los medios de comunicación se ofrece una imagen idealizada de la emigración. Se dibuja como un Erasmus, una aventura que lleva implícita un eslogan subliminal que asegura que fuera se vive mejor. Estos cantos de sirena hacen que perdamos de vista las complejidades que supone la adaptación a otro país, otra cultura y en muchas ocasiones, otro idioma.


Muchos expatriados, al ver que su cotidianidad no es como esperaban, se preguntan: "Pero, ¿qué estoy haciendo mal?". Parte de mi trabajo consiste en dejar claro que no son los únicos que se sienten así y que lo que les sucede es normal. Creo que si hiciésemos un esfuerzo de responsabilidad por mostrar una imagen más realista de las dificultades que implica emigrar estaríamos preservando la autoestima de muchos españoles.


El error de no juntarse con españoles. La siguiente frase es muy común entre los recién emigrados: "Yo no quiero juntarme con españoles, porque quiero aprender bien el idioma". Desde mi experiencia, es un planteamiento erróneo. Los compatriotas en el extranjero pueden ayudarnos en los momentos complicados y ahorrarnos mucho tiempo en la realización de trámites engorrosos. Por no hablar de la importancia de expresar las emociones en el idioma materno, así que, si está pensando en marcharse al extranjero, nada más llegar póngase en contacto con la comunidad española.


El perfil de quien busca ayuda. Las personas que buscan terapia no suelen ser, precisamente, recién llegados a sus países de acogida. Al principio, los emigrantes están tan concentrados en su integración que, en cierto sentido, se desconectan de lo que ocurre en su interior. Es con el paso de los años, cuando ya han conseguido sus objetivos, cuando empiezan a sentir un malestar incierto, que puede deberse a varias razones.


Un proyecto de vida. Los que se van suelen hacerlo con la idea de volver. Pero, con el tiempo, volver es complicado, y uno de los problemas que surgen es la sensación de quedarse atrapado en el extranjero, con un pie en cada mundo. A veces ese bloqueo hace que se demoren decisiones importantes relacionadas con el proyecto de vida como la posibilidad de casarse o tener hijos. A veces, desde el extranjero, la decisión de comprar un sofá genera angustia porque eso supone ponerse demasiado cómodo en el país de acogida, cuando aún no se ha decidido dónde se quiere vivir.


El duelo migratorio. Algunos de los que se fueron con la idea de regresar descubren por el camino que no pueden renunciar a lo que les ofrece el país de acogida. Se han enamorado o han encontrado el desarrollo profesional que buscaban. Ponen los pros y los contras en la balanza y deciden quedarse a vivir en Reino Unido, Alemania, etcétera. Pero esa decisión no es fácil, implica muchas renuncias, asumir que la vida en España continuará sin ellos, que no estarán en los acontecimientos importantes de familiares y amigos, que siempre tendrán un acento que les hará diferentes. Aceptar todo eso, no solo en el nivel racional, sino también en el emocional, tiene todas las características de un duelo y por eso se le llama duelo migratorio. Y no es un tema baladí: un duelo migratorio mal elaborado puede pasar de generación en generación.


Siempre serás un extranjero. El malestar entre los emigrados de larga duración llega cuando toman conciencia de que, por mucho que sepan mantener una conversación distendida o gocen de reconocimiento laboral, siempre serán extranjeros. Este sentimiento no tiene que ver con conductas xenófobas, es un sentimiento inherente al emigrante.


Hay un techo de cristal en el desarrollo profesional. Esto es lo que aseguran todos los que deciden establecerse definitivamente en el extranjero. ¿Cuántos de ellos ocupan puestos de responsabilidad en las empresas o en los partidos políticos?


Una pegatina del Real Madrid en el coche. Algunos emigrantes, cuando llevan mucho tiempo fuera, se sorprenden a sí mismos realizando gestos y anhelando cosas que, de haberlas hecho en España, les hubieran parecido cañí. Por ejemplo, aprender a hacer paella. O colocar una pegatina del Real Madrid -o de cualquier otro equipo- en el coche. O empezar a escuchar flamenco. O cruzar la ciudad para comprar churros. Estos gestos cumplen una función psicológica de estar conectado a la propia identidad. Estoy segura de que mi abuela podía pronunciar la C y la R, pero eso hubiera resultado aterrador en algún punto de su psique.


Idealizar la vuelta a España. Quienes finalmente deciden regresar quieren hacerlo en las mejores condiciones laborales posibles, y encontrar algo interesante en el mercado laboral español suele llevarles tiempo. En ese tiempo hay quien delega toda la felicidad en la vuelta a España, invirtiendo toda su energía en el ansiado regreso. Hay que guardar energía para la llegada a España porque volver tampoco es fácil.


El choque cultural inverso. El emigrante, cuando decide volver, ya no es la misma persona que cuando se marchó. Y sus amigos, los que no se movieron del barrio, también han cambiado. Se vuelve con el deseo de retomar las relaciones en el momento en que se dejaron, pero, como diría Neruda, "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos". Quien se fue ya no volverá a ver el mundo de la misma manera, habrá aspectos de su cultura de origen a los que le será muy difícil adaptarse, querrán introducir en su entorno la nueva manera de hacer las cosas, las cosas buenas que se han traído de su país de acogida. Pero estas nuevas maneras no siempre van a ser bien recibidas. Las dificultades para readaptarse a España también son motivo de consulta. De hecho, en algunos casos extremos, esta dificultad puede llevar a la persona a volver a mudarse continuamente en busca de un sitio donde sentirse en casa, es lo que se conoce como síndrome de Ulises.


Traer de vuelta el talento. Cuando pensamos en la palabra "talento" enseguida nos vienen a la cabeza ingenieros, médicos o arquitectos, pero el talento es mucho más que un conocimiento técnico. Las personas que han tenido que abrirse camino en el extranjero, se dediquen a lo que se dediquen, no solo han aprendido idiomas, también han desarrollado habilidades resilientes, han aprendido otra manera de vivir y de trabajar, poseen lo mejor de varias culturas, ese es el verdadero talento. Personalmente me cuesta entender que las instituciones y empresas españolas no hagan todo lo posible por traer el talento de vuelta. Este es uno de los postulados que defiende Volvemos, un portal que trata de poner en contacto a empresas y a emigrados para allanar su retorno, y con el que colaboro porque creo que lo que hacen es importantísimo. Invertimos muchísimo dinero en formar a profesionales para dejarles marchar y, cuando quieren volver y aportar lo que han aprendido, lo desaprovechamos.


El Brexit y sus consecuencias psicológicas. La mayoría de las personas que atiendo viven en Reino Unido. El Brexit ha disparado la incertidumbre entre los emigrantes. Uno de mis pacientes lo describía como "una pequeña traición". Mientras que otro hablaba, directamente, de "racismo puro". En general, el Brexit ha aumentado la percepción de los españoles de ser extranjeros y ha aumentado las suspicacias en torno a la xenofobia. Desde mi experiencia, percibo que la brecha identitaria en Europa se ha agrandado y que muchos españoles se han afianzado en su deseo de volver a España.


La experiencia migratoria aumenta el autoconocimiento. Si pensamos en la personalidad como en la paleta de colores de un pintor, nos encontramos con que, tras superar los obstáculos asociados a la migración, esta se expande, se llena de nuevos tonos y matices. Se descubren colores hasta el momento desconocidos, recursos psicológicos inexplorados, que sin duda contribuirán a aumentar la autoestima y la satisfacción personal.


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