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Cuando se emigra para buscar la propia identidad

Más allá de la crisis económica, a menudo, olvidamos preguntar ¿Qué más razones hay detrás a la decisión de emigrar? ¿Cómo era nuestra vida antes de irnos y cómo nos sentíamos cuando decidimos marcharnos?


Estas preguntas son muy importantes porque las respuestas van a ser fundamentales en la valoración de la satisfacción de la experiencia migratoria.

Cuando nos sentimos queridos y queribles en nuestro entorno habitual, solemos obtener una sensación de bienestar emocional en relación al lugar donde vivimos, sintiéndonos adaptados e integrados. En estos casos, el deseo de emigrar suele estar relacionado con el anhelo de crecimiento profesional/personal, ya que el componente afectivo suele estar cubierto.


Sin embargo, si nuestro modo de vivir no encaja con las costumbres y normas de nuestro entorno, probablemente convivamos con un malestar emocional entorno a nosotros mismos. En estos casos, la idea de hacer la maleta y salir por la puerta puede ser un sinónimo de libertad y de expansión de nuestra identidad.


En mi experiencia como psicólogo he podido observar cómo el motivo de emigrar para muchas personas poco heteronormativas tiene relación con la búsqueda de ser ellos mismos. Desean liberarse de los comportamientos que se espera de ellos en el lugar donde han vivido tanto por su género como por su orientación sexual. La idea de expandir y desarrollar la propia identidad se convierte en una necesidad de primer orden que puede implicar alejarse de la tierra natal.


Vivir en lugares con una avanzada conciencia en diversidad de género y orientación sexual suele ser un atractivo para muchas personas que no se sienten cómodas con la normatividad del lugar en el que residen. Al emigrar sienten que nadie les juzga ni cargan con ninguna etiqueta cerrada. Independientemente de su género, pueden explorar su masculinidad y feminidad con mayor libertad, sin necesidad de reproducir los clásicos estereotipos de hombre, mujer, heterosexual, bisexual, homosexual, transgénero. Un contexto más libre permite ir más allá de las etiquetas clásicas de género y/o orientación sexual, favoreciendo el descubrimiento de nuevos matices de la personalidad.


Ahora bien, la identidad de cada persona tiene que ver con múltiples factores. Además del género y la orientación sexual, nuestra identidad también está relacionada con el lugar en el que nacimos, la lengua y las expresiones concretas de nuestra localidad, así como las costumbres y tradiciones asociadas a nuestra tierra y a nuestra infancia. A veces, decidir vivir en el extranjero puede implicar renunciar a esa parte de nosotros que tiene que ver con quien hemos sido y somos, aunque actualmente vivamos lejos de donde crecimos.


No son pocos los casos de personas con expresiones de género y orientaciones sexuales poco heteronormativas que residen lejos de su tierra. Muchos a menudo verbalizan “ojalá pudiera sentirme tan libre en mi pueblo/ciudad”, a pesar de que se muestran contentos con su vida en la nueva localidad donde residen. Parece que la satisfacción que les aporta los nuevos lugares donde viven no quita que echen de menos los lugares donde crecieron, expresando sentimientos de ambivalencia con respecto a su ciudad de origen y a menudo fantaseando con la idea de poder vivir allí con la libertad con la que viven estando fuera.


Como consecuencia, esto puede generar dificultades de índole psicológico y emocional. Se gana en crecimiento personal en lo relacionado con la manifestación de género y/o la orientación sexual. Sin embargo, a menudo aparecen sentimientos de tristeza y apatía debido al duelo migratorio que se puede estar atravesando: sufrir por la pérdida de las costumbres, las expresiones y las tradiciones. El dilema de elegir dónde vivir para sentirnos mejor con nosotros mismos puede generar un elevado sufrimiento.


Si se decide finalizar la experiencia migratoria para regresar a los lugares de origen, nuevamente aparecen emociones ambivalentes y contradictorias. El “choque cultural inverso” ya tiene de por sí unas dificultades y pérdidas que muchos emigrantes deben afrontar: menos poder adquisitivo, perder una mejor cultura laboral del país de acogida, las relaciones que se establecieron allí, etc. Si además uno de los motivos de emigrar también fue por cuestiones de identidad de género y/o orientación sexual, el retorno a tu lugar de origen puede ser aún más complejo.


En la actualidad parece que todavía existen múltiples normas sociales invisibles que nos indican cómo debemos ser, cómo hay que comportarse y en qué categoría debemos incluirnos, provocando un elevado malestar emocional si no nos ajustamos de forma adecuada a lo que se espera de nosotros. Una mayor concienciación social y global por parte de todos podría favorecer que nuestra sociedad se convirtiera en un lugar más flexible y abierto ante los múltiples y diferentes modos de ser de cada uno de nosotros. Y en consecuencia, conseguir que los motivos para emigrar de personas poco heteronormativas no estén relacionados con sentirse más libres por la rigidez normativa que existe en sus lugares de origen.


Escrito por Ismael Cerón Plaza

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